Cuarentena en el american dream
Salgo de la cueva enmascarado,
en busca de alguna presa al supermercado
calles desoladas
Los rótulos pregonan: FOR RENT/ SALE / Do not cross
/ My gun is my Lord
garajes abarrotados
la ciudad se hace cada vez más pequeña y el cementerio crece,
y en el camposanto nadie llora a sus muertos
la pandemia llegó como una nube oscura sobre la primavera.
Acá hay un paisaje esplendido, estrepitoso, dramático
afuera, en las casas los balcones vacíos, los
triciclos tirados en el jardín.
A mi camino guantes de látex como acariciando la tierra,
banderas a media asta.
Para cambiar de ambiente whatsaapeo a Andrés
me dice que no aguanta el calor en Granada
le digo que se ponga una tanga roja y se zambulla en el Gran Lago por mí,
mientras tanto lo observa un vende raspados, con un pie sobre la rueda del carretón...
Cling cling cling cling
suenan las campanas de la catedral
Alo! Alo!
¡Aja!
me dice que el vigorón del "gordito" ha cerrado, al igual que muchos negocios.
Mientras hablamos de la depresión, alguna luz en el camino, proyectos a media asta...
navego por mis memorias en la última noche que estuve en Granada: me recuerdo cruzando aquel parque central con una joven trans que me abordó en el camino
me hablo que la guardia orteguista las hostigaba cuando no se travestían, y de cómo el negocio había caído; entonces el asunto de ser trans es para sobrevivir y resistir, ella quería un cigarro
mientras se lo prendía descubrí que el cañón apunta a la catedral desde siempre
como un gesto simbólico decolonial, como si la guerra en Nicaragua nunca acaba
-Rafaela Herrera frente a mis ojos-
aquellos pómulos y maquillaje barato hacían match con la falda de colegio.
Metí los cigarros en la mochila, nos despedimos y seguimos nuestro rumbo
me tope con los carruajes de turistas vacíos
caballos flacos durmiendo parados.
Desperté de aquel flashback.
Le comenté a Andrés que extrañaba el olor a mierda de vaca
Los gallos cacaraqueando en la mañanita, el sol y los atardeceres, la Costa Atlántica, los litros sobre las mesas de plástico en las cantinas, el ruido de Managua, las casas de tejas, el cantico de los vendedores, las gorditas con delantales, los perros callejeros, el calor humano y la jodedera.
Una imagen al WhatsApp me llego de Andrés que rompió aquellos recuerdos
aquella foto me hizo recordar
que en aquel realismo mágico
que tanto estoy anhelando
aún existe una nube oscura:
el mal de una dictadura
en tiempos de pandemia.
Alejandro De La Guerra
Salgo de la cueva enmascarado,
en busca de alguna presa al supermercado
calles desoladas
Los rótulos pregonan: FOR RENT/ SALE / Do not cross
/ My gun is my Lord
garajes abarrotados
la ciudad se hace cada vez más pequeña y el cementerio crece,
y en el camposanto nadie llora a sus muertos
la pandemia llegó como una nube oscura sobre la primavera.
Acá hay un paisaje esplendido, estrepitoso, dramático
afuera, en las casas los balcones vacíos, los
triciclos tirados en el jardín.
A mi camino guantes de látex como acariciando la tierra,
banderas a media asta.
Para cambiar de ambiente whatsaapeo a Andrés
me dice que no aguanta el calor en Granada
le digo que se ponga una tanga roja y se zambulla en el Gran Lago por mí,
mientras tanto lo observa un vende raspados, con un pie sobre la rueda del carretón...
Cling cling cling cling
suenan las campanas de la catedral
Alo! Alo!
¡Aja!
me dice que el vigorón del "gordito" ha cerrado, al igual que muchos negocios.
Mientras hablamos de la depresión, alguna luz en el camino, proyectos a media asta...
navego por mis memorias en la última noche que estuve en Granada: me recuerdo cruzando aquel parque central con una joven trans que me abordó en el camino
me hablo que la guardia orteguista las hostigaba cuando no se travestían, y de cómo el negocio había caído; entonces el asunto de ser trans es para sobrevivir y resistir, ella quería un cigarro
mientras se lo prendía descubrí que el cañón apunta a la catedral desde siempre
como un gesto simbólico decolonial, como si la guerra en Nicaragua nunca acaba
-Rafaela Herrera frente a mis ojos-
aquellos pómulos y maquillaje barato hacían match con la falda de colegio.
Metí los cigarros en la mochila, nos despedimos y seguimos nuestro rumbo
me tope con los carruajes de turistas vacíos
caballos flacos durmiendo parados.
Desperté de aquel flashback.
Le comenté a Andrés que extrañaba el olor a mierda de vaca
Los gallos cacaraqueando en la mañanita, el sol y los atardeceres, la Costa Atlántica, los litros sobre las mesas de plástico en las cantinas, el ruido de Managua, las casas de tejas, el cantico de los vendedores, las gorditas con delantales, los perros callejeros, el calor humano y la jodedera.
Una imagen al WhatsApp me llego de Andrés que rompió aquellos recuerdos
aquella foto me hizo recordar
que en aquel realismo mágico
que tanto estoy anhelando
aún existe una nube oscura:
el mal de una dictadura
en tiempos de pandemia.
Alejandro De La Guerra
El baile de San Vito
María
a sus cien años también se mantiene ausente
a punta de píldoras de colores para la esquizofrenia, para la depresión.
Le pasan el palo de la piñata
y ella intenta sostenerlo un momento porque se lo piden para la foto,
y lo hace, con esfuerzo, sin dejar de mover la lengua hacia afuera
y hacia adentro, convulsivamente.
También tiemblan sus brazos, sus manos
sus piernas
su cuerpo entero por partes reescribe la realidad desde el delirio.
Su ojo izquierdo estalla a veces gris,
a veces azul del cielo.
La piñata que trajeron desde Managua fue hecha a su imagen y semejanza para ser decapitada por uno de sus hijos
en un impulso.
Las visiones empezaron el año pasado, cuando su cerebro se empezó a encoger. Vio el agua al pie de la cama,
vio el maíz alto
y lo cosechó,
vio a Dámaso
llegar de noche
y quedarse parado en la puerta mirándola, serio.
La niña,
desde ayer anda con eso de la niña, cochina, dice,
mira como está,
toda abiertota,
arriba del palo la niña, pasamela pasamela
que duerma conmigo mejor.
Yo tiemblo,
justo como ella, aunque nadie parece notarlo.
Noelia Lacayo
María
a sus cien años también se mantiene ausente
a punta de píldoras de colores para la esquizofrenia, para la depresión.
Le pasan el palo de la piñata
y ella intenta sostenerlo un momento porque se lo piden para la foto,
y lo hace, con esfuerzo, sin dejar de mover la lengua hacia afuera
y hacia adentro, convulsivamente.
También tiemblan sus brazos, sus manos
sus piernas
su cuerpo entero por partes reescribe la realidad desde el delirio.
Su ojo izquierdo estalla a veces gris,
a veces azul del cielo.
La piñata que trajeron desde Managua fue hecha a su imagen y semejanza para ser decapitada por uno de sus hijos
en un impulso.
Las visiones empezaron el año pasado, cuando su cerebro se empezó a encoger. Vio el agua al pie de la cama,
vio el maíz alto
y lo cosechó,
vio a Dámaso
llegar de noche
y quedarse parado en la puerta mirándola, serio.
La niña,
desde ayer anda con eso de la niña, cochina, dice,
mira como está,
toda abiertota,
arriba del palo la niña, pasamela pasamela
que duerma conmigo mejor.
Yo tiemblo,
justo como ella, aunque nadie parece notarlo.
Noelia Lacayo